miércoles, 10 de enero de 2024

que ahora estabas bien

He sabido siempre bien
todo lo que me costaban esos esfuerzos
de los no que nos gritábamos a la cara,
de todos los sí que sabíamos en silencio
y me conocías desde aquel día que viste la foto
y te conocí aquel día que hablamos en los columpios
como si nos estuviésemos avisando
que había cosas que sólo entre nosotros podíamos entender.
Cada vez que perdía la paciencia había una palabra en tu boca que se descomponía perfecta, que sabía donde tocar, que sabía lo que significaba esa ira inmensa que se me clavaba. Tu tenías la cicatriz en tu costado, yo todavía tenía el puñal y hablando me lo estabas sacando. Acostumbrada a la herida me quede durante meses esperando que dieses un paso, que me hablaras de algo, que me preguntases quién soy. 
Solo me ofrecías silencio, humor, comprensión y respuestas, siempre me falto algo de contacto.
Si yo no te criticaba, tú lo hacías,
si yo me quejaba estabas siempre al lado,
llegabas al sofá me mirabas, te reías,
me contabas a quien echabas de menos,
las cosas que notabas que te estaban faltando.
“Te lo cuento porque eres tú pero nunca se lo digas”
Se que todo lo que te conté te lo quedabas guardado, 
¿Cuantos secretos te llevas?
¿Cuantas veces sin querer me has ayudado? 
Sabía que queja que tenía, cosa que tú decías 
para que se diesen cuenta, para que algo mejorara, aunque al final elegías la violencia,
te creías más que nadie “el fin justifica los medios”.
A mi nunca me has hecho daño,
no se si porque nunca has querido
o en realidad porque nunca me he dejado
y te molestaba que supiera huir cuando encendías,
la mecha tan corta que tenías colgando.
Te quería tanto que te decía casi siempre la verdad,
quería ayudarte a toda costa por que sabía lo que estabas pasando,
siempre diciendo que algo ocultabas,
que lo que hacías solo encajaba en un contexto psiquiátrico. 
Nadie, ni tu nunca, me hizo caso,
pasabas, me llamabas lista, 
querías que te siguiéramos cuidando.
No se cuantas veces has pedido ayuda,
no se cuantas veces intentaste saltar del barco,
no sabíamos curarte las dudas,
ni te dejabas abrazar llorando. 
Cuantas conversaciones tuvimos
donde solo quería agarrarte la mano,
donde limpiar tus lágrimas era mi ansia,
cuando quererte pensaba que arreglaría tu daño.
Aquella noche mientras hacíamos la cena,
no dejamos de hablar, me pedias que no llorara,
te dije que había pensado tantas cosas
y me quede con tantas clavadas en los labios,
como me mirabas, como te reías,
porque por muy triste que estuvieras,
 siempre te estabas riendo.
Quise entender lo que te hacía gracia,
lo que te parecía tierno de aquella situación,
tú sabías perfectamente por dónde iba,
siempre buscando la comparación.
Ejemplo de responsabilidad, manías,
orden, empatía.
El que se levantaba para colocar la mesa,
el que me ayudaba a recoger el salón.
Con el coche siempre limpio,
con el foco reparado,
con una lista de cosas que hacer,
un montón de viajes planeados, 
un montón de cafés 
y de macarrones inventados.

Se que tenías un millón de carencias,
que intentabas buscarlas 
pero tampoco les dabas espacio,
nos tenías detrás todas las veces que quisieras
era mandar un whatsapp 
y nos tenías buscándote, a la puerta de tu casa sentados,
en un pinar asomados a tu coche mirando
mientras decías que estabas durmiendo la siesta,
que no nos preocupáramos que ahora estabas bien. 


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