Si pienso fijamente en lo que miro y hablo y digo lo que creo y escucho el pensamiento y esas voces que me dicen que a la vez nadie lo escucha solo yo y me reprimo en ese sonido, en ese canto, en ese abrazo cálido, que siento y solo es mío. Cuando me siento en el sofá con toda la ansiedad perdida, con todos los latidos desperdigados, con todas sus miradas clavadas y tus ojos claros y los suyos tan marrones y esas pecas y esos rizos y esas orejas y esos nudillos y se me entremezclan unos besos que dimos cuando niños. A ese chico feo de gafas, que fingió que nos quería, que nos entendía, que éramos menos que un soplido. A todos esos chicos que bese entre bailes y salidas y salidas mis amigas y los tíos que nos invitaban que iban, que venían, que nos robaban el brillo. Cuando me dio miedo salir a bailar por si me tocaban, cuando nunca volví a sentir ese gustillo. Ansiedad social le llaman, no saber hacer el amor es lo que yo digo. Cuando me acarician y me besan y me alcanzan más allá de los tobillos y los besan y los pisan y me abrazan y me arrancan otro grito. Tus manos y esa espalda que estaba sudada, un gemido al oído, una cama destrozada. La flor de mi pelo en la mesita, las horquillas en el baño y un millón de coleteros por si acaso. Iba y venía. A la vez nadie me hacía caso. El amor entre las manos, por las costillas colgando, lo que quería todo y a la vez irme. Quedarme con la cuerda, con el nudo y con el árbol. Tejería con ella algo útil, algo menos amargo. Cuando equivoqué un abrazo con el tuyo, cuando una risa sonaba a tus labios.
Deje de beber por diferenciar a las personas, aunque siempre habrá algo que haga entrelazarlos. Todos somos todos, todos de alguien tenemos algo.
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