la vida se me hace más amena si llego a casa,
está hecha la cena y no hay nada que fregar hasta mañana,
que esté lo de la cena y el desayuno.
En mi planes no me planteaba encajar tan bien
en la convivencia con alguien,
por desgracia.
Se me hace más ameno el día
cuando imagino ese peinado tuyo
apoyado en mi cadera
a la hora de dormir, cuando te tumbas en el sofá
y siempre te haces hueco entre mis piernas,
me sujetas la cadera y te echas a “momir”.
Cuando empezamos no sabía
que sería compartir una casa contigo,
que es vivir fuera del hogar y el cariño,
crear el amor dentro de cuatro paredes extrañas.
Cuando empezamos,
aquel día,
no sabía que serías,
mi acompañante en los malos días,
mi paño de lágrimas, mi paz.
No sabía que fuera había alguien,
que iba a mirar mis piernas como si fueran las más largas,
como si no estuvieran siempre moradas
y acariciaría hasta los pelos puntiagudos,
cuando no me estoy por depilar.
El día que nos vimos fue un mesías,
el que bajo y nos dijo cómo profecía,
que habíamos pasado tanto mal para encajar.
Porque fui en tu historia y tú en la mía,
donde encontramos señales parecidas,
que hablaban de ghosting, manipulación y groserías,
que durante un tiempo aprendimos a tolerar.
Fue cuando hablamos de la misma ciudad,
del mismo instituto
y todo con diferentes tiempos,
cuando te dije
“explícame cómo te enamoraste de mi,
gordito, última vez, lo prometo”
cuando me respondiste que hablando de los recuerdos,
te hice sentir como en tu hogar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario